El Último café
Era una noche silenciosa y oscura.
Ella caminaba descalza, sin rumbo.
No sentía frío en los pies,
pero sí sentía frío en la mirada de él,
acompañada de rabia en sus palabras
y de mucho dolor en su corazón.
Ella estaba confundida, triste y callada.
Aquella tarde, había un ruido de fondo con las noticias del día.
Ella sujetaba su café mientras le añadía azúcar.
Él solo la miraba y jugaba con el llavero sobre la mesa,
mientras esperaba su vaso de agua.
El silencio se volvió incómodo,
y él no pudo esperar más.
—Ela, ya no te amo. Hace mucho dejé de hacerlo, y créeme, esto no es fácil para mí. Pero seguir y fingir que no pasa nada ya no es posible.
Ela dejó de mover el café,
sacó un pañuelo de su bolso, secó sus lágrimas y contestó:
—No sé qué decir. ¿Preguntarte cómo pasó? ¿Cuándo pasó? No viene al caso.
Si ya no me amas, no hay más que decir o hacer.
Parece que esta será la última vez que nos tomemos un café.
De pronto, él golpeó la mesa y empezó a gritar:
—¿Es todo lo que vas a decir? ¡Diez años juntos no significaron nada para ti!
Entonces tú tampoco me amas, y me has estado engañando todo este tiempo.
Eres cruel, villana y malvada, como decía mi madre.
Ela no daba crédito a lo que estaba pasando.
Cogió su bolso para salir corriendo de ese lugar,
pero él la sujetó y le dijo:
—No irás a ningún lado.
Hubo un forcejeo.
El zapato de Ela quedó atrapado en una de las sillas.
Al ver que no podía recuperarlo,
soltó el zapato del otro pie y salió huyendo,
con el corazón palpitando a mil.
El encargado del lugar llamó a la policía.
Él se quedó sentado en el piso, con la cabeza baja
y los brazos completamente rendidos.
Cuando la policía llegó al lugar e intentó informarse de lo sucedido,
se dieron cuenta de que afuera vieron a Ela caminando descalza y sin rumbo,
en una noche totalmente oscura y silenciosa.
Él permaneció allí, inmóvil,
mientras el eco de lo que había ocurrido
se perdía en el silencio de la noche.


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